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Tragedia en el Armero: Donde las voces no descansan

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Tragedia en el Armero: Donde las voces no descansan

La noche en que la tierra decidió tragarse un pueblo entero fue también el inicio de un misterio que aún susurra en los escombros. El investigador colombiano Jhon Gómez, del canal Enigma 2, viajó hasta las ruinas de Armero, donde la tragedia del volcán Nevado del Ruiz dejó más de 22,000 muertos en 1985. Pero su misión no era solo contar la historia desde lo histórico, sino registrar aquello que aún permanece. Las almas, los ecos, los rastros de lo inexplicable.

Durante su estancia en el lugar, Jhon no solo documentó vestigios materiales, sino señales que apuntaban a un fenómeno aún más inquietante. Ruidos extraños, sensaciones opresivas, susurros que no salían de ninguna garganta visible y figuras que aparecían donde nada ni nadie debería estar. Las grabaciones recogen psicofonías en las que una voz masculina ordena con claridad: “Sal de acá”. Un susurro frío, autoritario, que surgió dentro de lo que queda del hospital San Lorenzo Romero.

En uno de los momentos más impactantes, mientras registraba una toma al interior del cementerio, Jhon experimentó lo que él describe como un abrazo paralizante. Un escalofrío ascendiendo por la espalda, entumecimiento de los brazos y una sensación clara de ser sujetado por algo invisible. Cuando finalmente pronunció en voz alta: “Venimos con respeto, solo queremos recordarlos”, la psicofonía le respondió: “¿Qué haces mostrando esto?”.

A través de múltiples visitas nocturnas, tanto en solitario como con sobrevivientes, Jhon captó otros fenómenos difíciles de descartar. Piedras arrojadas al azar, voces infantiles, objetos moviéndose, y una figura que parece observar al grupo desde un árbol, con rasgos similares a los de Omaira Sánchez, la niña cuya imagen conmovió al mundo en medio del lodo.

Uno de los elementos más escalofriantes fue una aparición captada en video: un rostro perfectamente definido, emergiendo entre las sombras en la entrada de la llamada “casa del árbol”. No se trataba de una pareidolia sencilla. El rostro era tridimensional, sólido, y parecía estar consciente de la presencia de los investigadores. Para Jhon, esta no era una simple alma errante, sino una entidad del bajo astral, capaz de materializarse con suficiente fuerza como para ser registrada con claridad.

La investigación también se internó en lugares poco afectados por la lava pero impregnados de una oscuridad distinta: el cementerio que quedó intacto, pero hoy es blanco de prácticas de brujería; y una casa donde, en un ejercicio de visualización, Jhon vio a una mujer y dos niños viendo televisión. Lo que parecía imaginación terminó en una psicofonía: una voz infantil que le decía “ahí” y otra, femenina, que le pedía: “discúlpese”.

El caso de Armero no es solo un recorrido por el horror de una catástrofe natural, sino una puerta a lo paranormal, donde la tragedia ha dejado huellas tan profundas que se resisten a desaparecer. Las piedras que vuelan solas, las sombras que acechan entre los árboles y las voces que se filtran entre el silencio son pruebas que Jhon ha compartido con el mundo, no para convencer, sino para que cada quien saque sus propias conclusiones.

Como él mismo lo menciona, estas investigaciones no son un espectáculo, son homenajes. Y en Armero, más que en ningún otro lugar, el homenaje se hace con respeto, pero también con valor. Porque no cualquiera se atreve a documentar lo invisible, a desafiar lo que nos mira desde la oscuridad, y regresar con evidencia de que lo inexplicable, a veces, está más cerca de lo que imaginamos.

No se trata solo de contar historias: se trata de no olvidar. Y gracias a la cámara y la voz de Jhon Gómez, esta tragedia sigue hablando.

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